La identidad debida
Es el segundo de los 28 desaparecidos olavarrienses que fue identificado por el Cuerpo de Antropología Forense. José Roberto Bonetto dejará de ser un NN de la dictadura militar. Sus hijos decidieron enterrarlo en su ciudad y esperan encontrar también a su mamá. Ahora empiezan a cerrar parte de su historia. Y Roberto a contar con la identidad que le debían.
Fernanda Alvarez
falvarez@elpopular.com.ar
Lo que sería por un tiempo corto se convirtió en años de espera, de distancia y de ausencias. José Roberto Bonetto fue secuestrado una noche de febrero de 1977 junto a su esposa Anna María Mobili en La Plata y nadie se imaginó en ese entonces que la dictadura podría ser parte de crueldades sin límites. Su madre lo esperó hasta el día en que murió. Sus hijos crecieron por separado llamando mamá y papá a sus tíos. Pero sabiendo que les habían arrancado la posibilidad de ser parte de una familia de lucha.
Ahora Ana Julia, artista plástica, y Martín, fotógrafo, pueden cerrar un capítulo de su propia historia. Tuvieron la confirmación de que habían encontrado a su papá el 12 de febrero de este año, pero decidieron hacerlo público ahora, a pocos días del entierro que se realizará en Olavarría. "Más que a despedirlo, yo invito a sus amigos a recibir a papá", dice Ana Julia, con voz tranquila y pausada. Roberto Bonetto recuperará la identidad negada, la identidad debida.
La causa formal dice que las lesiones observadas en el cuerpo de José Roberto son "compatibles con las provocadas por impacto de al menos cinco proyectiles de arma de fuego que afectaron cráneo, miembro superior izquierdo, vértebras cervicales y hemotórax izquierdo". A José Roberto lo mataron con cinco balas que impactaron de lleno en su cuerpo indefenso, quién sabe cuánto tiempo después de haber sido secuestrado. Los restos fueron hallados en el Cementerio Municipal de Avellaneda, jurisdicción del Primer Cuerpo del Ejército y por eso corresponde remitir testimonios de su legajo al Juzgado Nº 3. La causa es la Nº 14.216/03 y está caratulada "Suárez Mason, Carlos Guillermo...", el nombre del dueño del horror en los centros clandestinos de detención Automotores Orletti, Pozo de Banfield, La Cacha y El Olimpo.
Se sabe que Roberto pasó por el Pozo, pero sus familiares creían que podría haber terminado en el mar. Tantas dudas, tantos años, hoy tienen un final. José Roberto desapareció cuando tenía 33 años. La misma edad que tiene su hija menor al encontrarlo.Intensa búsqueda
Las tareas de exhumación de restos comenzaron el 4 de enero de 1988 hasta 1992. El equipo de Antropología Forense recuperó en esa zona un total de 336 esqueletos. En octubre de 2007 se firmó un convenio entre el Ministerio de Salud de la Nación, la Secretaría de Derechos Humanos y el Equipo de Antropología Forense, denominado "Iniciativa Latinoamericana para la Identificación de Desaparecidos", que se propuso lograr la recolección masiva de muestras sanguíneas de familiares de víctimas de desaparición forzada entre los años 1974 y 1983. Así lograron identificar también al olavarriense Mario Stirnemann hace un tiempo atrás.
Las muestras de ADN de "El Barba", como lo llamaban sus compañeros de militancia, las tomaron de su hermana Lidia Mabel. Empezaba así una búsqueda concreta y nuevamente la larga espera de saber si alguno de los restos correspondían a quien fuera el hermano arquitecto y militante.
La noticia llegó el 12 de febrero de este año. Mas, ¿casualidades del destino? El mismo mes en que desapareció y cumplía años su esposa desaparecida confirmaron que el resultado daba un 99,9 por ciento de similitud con las muestras de sangre. José Roberto ya no era un desaparecido más: tenía nombre, apellido, hermanos, hijos, amigos. Podrían recuperar su identidad y reconstruir su historia.
"Falta todavía encontrar a Anna, mi mamá, que por lógica debería estar allí también, pero como nada de lo que hicieron fue lógico, ella no está entre esos restos óseos donde se encontró mi papá".
El entierro será en su ciudad de origen. Los restos serán traídos al cementerio Loma de Paz el 18 de junio y la inhumación será a las 13.30. Habrá una celebración especial, con las palabras de su hija Ana Julia y la música de Marianela Lucero. Será un espacio íntimo, familiar, pero a la vez distinto. "Decidimos en Olavarría porque él nació allí, porque en algún momento nos gustaría trasladar a su mamá a su lado, porque allí viven sus dos hermanos, porque aunque vivo en Buenos Aires voy muy seguido y mi hermano tampoco está tan lejos de allí". Aquí Roberto, como lo llamaban en su familia, concurrió a la Escuela 17 y al Colegio Nacional. Fue un chico común y corriente que, con muy buena mano para el dibujo, decidió ir a estudiar Arquitectura a La Plata, se recibió y finalmente ingresó a trabajar en Obras Públicas.
Eran tiempos convulsionados en el país. Roberto junto con su esposa soñaban -como tantos miles-, planificaban y militaban convencidos que desde ese lugar era posible cambiar de raíz algunas cosas en la Argentina. Quién sabe si habrán sido más idealistas que realistas. Pero sí se sabe que hacían y exigían.
Con su esposa Anna se los llevaron juntos, cuando ella aún amamantaba a su chiquita y el nene empezaba a deambular por la casa. Al principio fue desconcierto para sus familias, y después la certeza muda e interna de que algo malo les había sucedido. Recién con el regreso de la democracia tuvieron la confirmación de que los desaparecidos no eran exiliados irresponsables, sino muertos sin nombres. Y que en algún lugar estaban.
Ahora Roberto tendrá su lugar cerca de los más que lo esperaron y lo quieren. Su recuerdo siempre estuvo presente, pero ahora también habrá un espacio adonde visitarlo. "Yo desde que me enteré que era papá fui a verlo un par de veces y para su cumpleaños", confiesa Ana Julia. Es extraña la sensación de la certeza cuando por treinta años hubo dudas e imaginación pura. Y cuesta definir con palabras tanta ausencia. Por eso pasaba algunas veces por el lugar donde estaban sus restos y se quedaba allí "un rato largo ahí afuera sintiendo esa inexplicable, única y hasta ahora desconocida sensación para mí, la de saber que ahí adentro está mi papá".
Todavía lo veo, parado contra la barra de la confitería Rodríguez, discutiendo con alguien de política cuando el escenario daba para otra cosa como tomarse una copa, conocer una chica, escuchar música... Pero no, El Barba hablaba de política y de cómo cambiar el mundo, porque éste, así como era, no le gustaba para nada.
Era una noche de invierno, de uno de los tantos crudos inviernos olavarrienses, típico de una ciudad mediterránea perdida en el medio de la pampa bonaerense. Se trataba de la víspera de algo importante, no sé si al otro día llegaba Perón o era otra cosa. La memoria me juega algunas agachadas, pero da igual.
Ana Julia y Martín, sus hijos, crecieron sin saber dónde llevarle una flor a sus padres. De a poco fueron sabiendo de ellos, quiénes eran, qué pensaban... Seguramente habrán sentido el desaliento para volver a esperanzarse nuevamente. Sus padres en algún lugar deberían estar y algún día los encontrarían.
Apasionado y a la vez tranquilo, aquella noche de 1973, El Barba hablaba permanentemente de lo que estaba pasando. El peronismo definía su interna entre la juventud y la burocracia sindical y política, y también los sectores cuasifascistas, prolijos o no, pero con un tremendo prejuicio macartista que terminaron alimentando o traccionando las fuerzas parapoliciales y paramilitares desde dentro y fuera del peronismo, a las que Perón calificó, ante una periodista del diario El Mundo, como los "anticuerpos de toda sociedad que se defiende de una agresión". El General era muy propenso a utilizar figuras de la biología para explicar algunos hechos sociales.
Todo era importante durante aquel invierno, desde la asunción de Cámpora hasta su renuncia, desde el regreso de Perón hasta su enfrentamiento con los jóvenes, algo que El Barba y por supuesto muchos como él no esperábamos. Pero Perón era un bombero piromaníaco: encendía fuegos y luego se ofrecía a apagarlos.
Ana Julia y Martín ya confirmaron que su padre fue asesinado y enterrado con otros jóvenes militantes como ellos, consagrando casi un símbolo del pensamiento rector de aquella generación que creyó en la construcción colectiva y rechazó de plano todo lo que tuviese que ver con el individualismo.
En aquel invierno todo era importante. Es posible, entonces, que esa noche en Rodríguez fuese la víspera del regreso de Perón o cualquier otra cosa que sirviera para movilizarse y para hacer de la historia una construcción colectiva. Y El Barba trabajaba para esa idea, con todos los errores políticos de quienes creíamos que por concebir un objetivo ya estaba hecho.
Había una exagerada confianza en que la fe en los objetivos garantizaría llegar, y se desechaba la política como la astucia necesaria para maniobrar y ganar espacios. Se suponía que nadie podría revelarse a la verdad del nuevo mundo que ofrecíamos, simplemente porque lo habíamos pensado para todos y en similares proporciones, es decir, no habría ni opulentos ni desposeídos.
Pero pudo más la fuerza de la ultraderecha peronista o militar que la misma promesa revolucionaria.
La criminal represión de la dictadura potenció el miedo de los demás y el afán de supervivencia se erigió definitivamente sobre el deseo de libertad y dignidad.
El Barba y toda aquella militancia creía que el nuevo país más justo, más libre y solidario estaba ahí nomás. Pero a la vuelta de la esquina esperaba, sin embargo, la represión más criminal y demencial de toda la historia. Esa misma que condenó a los hijos de detenidos-desaparecidos como Ana Julia y Martín Bonetto a buscarlos denodadamente, a oscilar permanentemente entre la esperanza y el desaliento, y a sentir cosas
falvarez@elpopular.com.ar
Lo que sería por un tiempo corto se convirtió en años de espera, de distancia y de ausencias. José Roberto Bonetto fue secuestrado una noche de febrero de 1977 junto a su esposa Anna María Mobili en La Plata y nadie se imaginó en ese entonces que la dictadura podría ser parte de crueldades sin límites. Su madre lo esperó hasta el día en que murió. Sus hijos crecieron por separado llamando mamá y papá a sus tíos. Pero sabiendo que les habían arrancado la posibilidad de ser parte de una familia de lucha.
Ahora Ana Julia, artista plástica, y Martín, fotógrafo, pueden cerrar un capítulo de su propia historia. Tuvieron la confirmación de que habían encontrado a su papá el 12 de febrero de este año, pero decidieron hacerlo público ahora, a pocos días del entierro que se realizará en Olavarría. "Más que a despedirlo, yo invito a sus amigos a recibir a papá", dice Ana Julia, con voz tranquila y pausada. Roberto Bonetto recuperará la identidad negada, la identidad debida.
La causa formal dice que las lesiones observadas en el cuerpo de José Roberto son "compatibles con las provocadas por impacto de al menos cinco proyectiles de arma de fuego que afectaron cráneo, miembro superior izquierdo, vértebras cervicales y hemotórax izquierdo". A José Roberto lo mataron con cinco balas que impactaron de lleno en su cuerpo indefenso, quién sabe cuánto tiempo después de haber sido secuestrado. Los restos fueron hallados en el Cementerio Municipal de Avellaneda, jurisdicción del Primer Cuerpo del Ejército y por eso corresponde remitir testimonios de su legajo al Juzgado Nº 3. La causa es la Nº 14.216/03 y está caratulada "Suárez Mason, Carlos Guillermo...", el nombre del dueño del horror en los centros clandestinos de detención Automotores Orletti, Pozo de Banfield, La Cacha y El Olimpo.
Se sabe que Roberto pasó por el Pozo, pero sus familiares creían que podría haber terminado en el mar. Tantas dudas, tantos años, hoy tienen un final. José Roberto desapareció cuando tenía 33 años. La misma edad que tiene su hija menor al encontrarlo.Intensa búsqueda
Las tareas de exhumación de restos comenzaron el 4 de enero de 1988 hasta 1992. El equipo de Antropología Forense recuperó en esa zona un total de 336 esqueletos. En octubre de 2007 se firmó un convenio entre el Ministerio de Salud de la Nación, la Secretaría de Derechos Humanos y el Equipo de Antropología Forense, denominado "Iniciativa Latinoamericana para la Identificación de Desaparecidos", que se propuso lograr la recolección masiva de muestras sanguíneas de familiares de víctimas de desaparición forzada entre los años 1974 y 1983. Así lograron identificar también al olavarriense Mario Stirnemann hace un tiempo atrás.
Las muestras de ADN de "El Barba", como lo llamaban sus compañeros de militancia, las tomaron de su hermana Lidia Mabel. Empezaba así una búsqueda concreta y nuevamente la larga espera de saber si alguno de los restos correspondían a quien fuera el hermano arquitecto y militante.
La noticia llegó el 12 de febrero de este año. Mas, ¿casualidades del destino? El mismo mes en que desapareció y cumplía años su esposa desaparecida confirmaron que el resultado daba un 99,9 por ciento de similitud con las muestras de sangre. José Roberto ya no era un desaparecido más: tenía nombre, apellido, hermanos, hijos, amigos. Podrían recuperar su identidad y reconstruir su historia.
"Falta todavía encontrar a Anna, mi mamá, que por lógica debería estar allí también, pero como nada de lo que hicieron fue lógico, ella no está entre esos restos óseos donde se encontró mi papá".
El entierro será en su ciudad de origen. Los restos serán traídos al cementerio Loma de Paz el 18 de junio y la inhumación será a las 13.30. Habrá una celebración especial, con las palabras de su hija Ana Julia y la música de Marianela Lucero. Será un espacio íntimo, familiar, pero a la vez distinto. "Decidimos en Olavarría porque él nació allí, porque en algún momento nos gustaría trasladar a su mamá a su lado, porque allí viven sus dos hermanos, porque aunque vivo en Buenos Aires voy muy seguido y mi hermano tampoco está tan lejos de allí". Aquí Roberto, como lo llamaban en su familia, concurrió a la Escuela 17 y al Colegio Nacional. Fue un chico común y corriente que, con muy buena mano para el dibujo, decidió ir a estudiar Arquitectura a La Plata, se recibió y finalmente ingresó a trabajar en Obras Públicas.
Eran tiempos convulsionados en el país. Roberto junto con su esposa soñaban -como tantos miles-, planificaban y militaban convencidos que desde ese lugar era posible cambiar de raíz algunas cosas en la Argentina. Quién sabe si habrán sido más idealistas que realistas. Pero sí se sabe que hacían y exigían.
Con su esposa Anna se los llevaron juntos, cuando ella aún amamantaba a su chiquita y el nene empezaba a deambular por la casa. Al principio fue desconcierto para sus familias, y después la certeza muda e interna de que algo malo les había sucedido. Recién con el regreso de la democracia tuvieron la confirmación de que los desaparecidos no eran exiliados irresponsables, sino muertos sin nombres. Y que en algún lugar estaban.
Ahora Roberto tendrá su lugar cerca de los más que lo esperaron y lo quieren. Su recuerdo siempre estuvo presente, pero ahora también habrá un espacio adonde visitarlo. "Yo desde que me enteré que era papá fui a verlo un par de veces y para su cumpleaños", confiesa Ana Julia. Es extraña la sensación de la certeza cuando por treinta años hubo dudas e imaginación pura. Y cuesta definir con palabras tanta ausencia. Por eso pasaba algunas veces por el lugar donde estaban sus restos y se quedaba allí "un rato largo ahí afuera sintiendo esa inexplicable, única y hasta ahora desconocida sensación para mí, la de saber que ahí adentro está mi papá".
Por Cacho Fernández
de la redacción del diario
EL POPULAR (Olavarría )
Domingo 6 de junio.
Hoy nada puede ser más importante que el haber identificado el cuerpo de un desaparecido.
El nombre de José Roberto "Barba" Bonetto pudo acoplarse a su cuerpo, un militante peronista desaparecido como tantos durante la última dictadura militar.
Nombre y cuerpo estaban dislocados, y mientras el nombre estuvo siempre en la memoria del pueblo y de la militancia que pudo sobrevivir a la dictadura, el cuerpo era uno de los 336 de los que estaban enterrados en esa fosa común de Banfield. Y se anduvieron buscando hasta que definitivamente se encontraron.
Todavía lo veo, parado contra la barra de la confitería Rodríguez, discutiendo con alguien de política cuando el escenario daba para otra cosa como tomarse una copa, conocer una chica, escuchar música... Pero no, El Barba hablaba de política y de cómo cambiar el mundo, porque éste, así como era, no le gustaba para nada.
Era una noche de invierno, de uno de los tantos crudos inviernos olavarrienses, típico de una ciudad mediterránea perdida en el medio de la pampa bonaerense. Se trataba de la víspera de algo importante, no sé si al otro día llegaba Perón o era otra cosa. La memoria me juega algunas agachadas, pero da igual.
Es que en aquel invierno de 1973 todo era portentoso, extraordinario, trascendente. El país atravesaba por etapas cruciales, al menos eso es que lo que creíamos nosotros quienes teníamos urgencia en definir las contradicciones dentro del peronismo y también las que denominábamos "de clase" en el país.
Queríamos eliminar de plano la brecha entre ricos y pobres sin pensar que veinte, treinta o casi cuarenta años después, esa brecha sería tan profunda como irritante. Una de las tantas amargas ironías nacionales.
Ana Julia y Martín, sus hijos, crecieron sin saber dónde llevarle una flor a sus padres. De a poco fueron sabiendo de ellos, quiénes eran, qué pensaban... Seguramente habrán sentido el desaliento para volver a esperanzarse nuevamente. Sus padres en algún lugar deberían estar y algún día los encontrarían.
Apasionado y a la vez tranquilo, aquella noche de 1973, El Barba hablaba permanentemente de lo que estaba pasando. El peronismo definía su interna entre la juventud y la burocracia sindical y política, y también los sectores cuasifascistas, prolijos o no, pero con un tremendo prejuicio macartista que terminaron alimentando o traccionando las fuerzas parapoliciales y paramilitares desde dentro y fuera del peronismo, a las que Perón calificó, ante una periodista del diario El Mundo, como los "anticuerpos de toda sociedad que se defiende de una agresión". El General era muy propenso a utilizar figuras de la biología para explicar algunos hechos sociales.
Todo era importante durante aquel invierno, desde la asunción de Cámpora hasta su renuncia, desde el regreso de Perón hasta su enfrentamiento con los jóvenes, algo que El Barba y por supuesto muchos como él no esperábamos. Pero Perón era un bombero piromaníaco: encendía fuegos y luego se ofrecía a apagarlos.
Ana Julia y Martín ya confirmaron que su padre fue asesinado y enterrado con otros jóvenes militantes como ellos, consagrando casi un símbolo del pensamiento rector de aquella generación que creyó en la construcción colectiva y rechazó de plano todo lo que tuviese que ver con el individualismo.
En aquel invierno todo era importante. Es posible, entonces, que esa noche en Rodríguez fuese la víspera del regreso de Perón o cualquier otra cosa que sirviera para movilizarse y para hacer de la historia una construcción colectiva. Y El Barba trabajaba para esa idea, con todos los errores políticos de quienes creíamos que por concebir un objetivo ya estaba hecho.
Había una exagerada confianza en que la fe en los objetivos garantizaría llegar, y se desechaba la política como la astucia necesaria para maniobrar y ganar espacios. Se suponía que nadie podría revelarse a la verdad del nuevo mundo que ofrecíamos, simplemente porque lo habíamos pensado para todos y en similares proporciones, es decir, no habría ni opulentos ni desposeídos.
Pero pudo más la fuerza de la ultraderecha peronista o militar que la misma promesa revolucionaria.
La criminal represión de la dictadura potenció el miedo de los demás y el afán de supervivencia se erigió definitivamente sobre el deseo de libertad y dignidad.
La dictadura detuvo, mató, secuestró y desapareció a jóvenes como El Barba Bonetto, Jorge Fernández, Alfredo Maccarini, el Negro Moreno..., tipos diferentes, idealistas, capaces de querer arreglar el mundo aun en los espacios en los que generalmente uno se va a quitarse momentáneamente la gravedad del mundo.
El Barba y toda aquella militancia creía que el nuevo país más justo, más libre y solidario estaba ahí nomás. Pero a la vuelta de la esquina esperaba, sin embargo, la represión más criminal y demencial de toda la historia. Esa misma que condenó a los hijos de detenidos-desaparecidos como Ana Julia y Martín Bonetto a buscarlos denodadamente, a oscilar permanentemente entre la esperanza y el desaliento, y a sentir cosas
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