sábado, 12 de junio de 2010

Homenaje: Santiago Selvetti, un pionero de la industria metalmecánica de Tandil


 Por María Luisa Rodaro Vda. de Selvetti

Hoy, como hace 98 años, un 12 de junio de 1912, nacía en América, provincia de Buenos Aires, el sexto hijo, este  argentino, de una familia de inmigrantes lombardos, del norte de Italia: Aurelio Santiago Selvetti, alias el “Colorado”, como cariñosamente lo llamaban todos en Tandil.
Tuvo una hermosa niñez, rodeado del cariño de su familia, sobre todo el de sus hermanas mayores, quienes lo mimaban mucho, y el de una madre que le dio el ejemplo de trabajo, fortaleza y honestidad, cualidades éstas que lo acompañaron a él a través de toda su vida.
Su forma de ser, “hombre de acción” desde pequeño, lo llevó a ser sumamente independiente; no queriendo seguir concurriendo a la escuela, la abandonó en segundo grado, lo cual no fue óbice para que llegara a ser el artífice de su propio destino, que lo llevó a convertirse en pionero de la industria metalúrgica sudamericana.
Gran emprendedor desde chico, su primera misión importante fue a los 14 años, a pedido de un vecino: llevar una caballada a Teodelina (provincia de Santa  Fe) distante a varios kilómetros de su pueblo; durmiendo al aire libre y sobre todo cuidando que no se escapara ningún animal, y cumpliendo con todos los trámites bancarios, tal como si lo hubiera hecho un adulto. 
De aquí en más no paró nunca de hacer, conocer, avanzar, aceptar, mejorar... Su vida fue un verdadero torbellino de búsquedas. 
Podemos afirmar que su intuición era extraordinaria, sumamente  inteligente y brillante en todo lo que encaraba. Además, su simpatía y generosidad innatas, le aportaron no sólo muchos amigos, sino también la admiración de todos aquellos que lo rodeaban, tanto en lo personal como en lo laboral. Así como también, con su espíritu juvenil, seducía a los  jóvenes, a quienes  siempre les ofrecía oportunidades y  éstos se sentían muy cómodos compartiendo  momentos con él.
De pequeño, realizó innumerables y diferentes tareas, hasta que a los 19 años ya tenía su primer Ford T, con el que recorría el sur de nuestro país en su carácter de viajante de repuestos importados. El único mecánico que atendía y arreglaba su auto era su amigo de toda la vida, el entrañable e inigualable Juan Manuel Fangio, que a su vez cumplía años con una semana de diferencia.
Muchos caminos tenía recorridos y muchos pueblos vistos, pero cuando conoció Tandil quedó enamorado de la ciudad y de su gente, tanto que decidió afincarse allí y volcar en ella toda su creatividad, empeño, energía, esfuerzo y talento.
Su imponente figura avalaba su potencial interior. Nada le hacía detenerse, llevando a cabo cuanto se proponía, no sólo en la faz industrial, sino también en todo lo concerniente al bienestar de la gente, que era su constante preocupación.
Sus desvelos cubrían todos los ámbitos, haciendo que la salud, la educación y el bienestar, en general, de todos, no fuesen vanas palabras.
Su amplia visión, le daba el sentido exacto de lo que abarcaba.
Los obstáculos eran pequeñas molestias, que superaba con la sencillez de quien sabe encontrar la mejor solución y superarla.
En 1947 crea una fundición, Metalúrgica Tandil, que durante muchos años, fue la única de Sudamérica. 
En éste, su emprendimiento, fueron muchas las personas que creyeron en él y que siempre les estuvo agradecido por ello. Sería muy arduo y difícil nombrarlos a todos, sin olvidarse de alguno, pero necesito nombrar a don Donato Bariffi, a don Segundo Berroeta y a don Ceferino Pedersen, como así también a sus primeros socios en la empresa: don Francisco Erauzquin, don Germán García y don Fernando Monsalve, a los  que siempre recordaba con mucho cariño y gratitud. 
En su apogeo, Metalúrgica Tandil llegó a contar con unos 40 ingenieros y unos 2 mil obreros, dando trabajo a unos 500 talleres de la zona con los que trabajaba.
Fue uno de los que transformó a una ciudad puramente  agrícola-ganadera en una ciudad industrial, manteniendo su característica agropecuaria.
No hace falta que diga los cambios de hábitos que hubo en la ciudad. A partir de ese entonces, el aumento de población trajo aparejados la creación de más escuelas, mayor consumo en todos los rubros, construcción de barrios, etc.
Santiago o el “Colorado”, como lo llamaban cariñosamente todos, también fundó una obra social para los integrantes de las fábricas metalúrgicas, para todo el país, que contó con unos 45 mil afiliados.
Asimismo, creó para el consumo de los empleados de sus fábricas una proveeduría y una carnicería. La idea de abrir estos negocios surgió impulsada por las quejas que las esposas de sus empleados le llevaban a él personalmente, porque a los maridos les escaseaba el dinero para el consumo familiar. Entonces, les solucionó el problema haciendo que los gastos que ellas realizaran en estos negocios  se debitaran directamente de los sueldos de sus maridos.
Durante todas las Navidades, al margen de entregar a todos bolsos iguales con productos para las fiestas, se hacía el festejo de las mismas, reuniendo a los tres turnos en una de las plantas de la fábrica, y cuando Santiago entraba, entre la ovación se escuchaban voces que decían: “No te mueras nunca, Colorado”; que estoy segura que hoy, algunos recordarán.
En ese mismo lugar y con la presencia, también, de los tres turnos le festejaron sus primeros 80 años, con una enorme torta con sus 80 velitas encendidas que casi provocaron  un pequeño incendio.
Al llegar las vacaciones de verano, la playa de estacionamiento de Metalúrgica se llenaba con los ómnibus de larga distancia, que llevaban a los hijos del personal de vacaciones a  Córdoba.
Y todos los 6 de enero, Día de Reyes Magos, en ese mismo lugar, se repartían regalos a los niños de los empleados, donde el juguete más preferido y esperado eran las  bicicletas.
Sin equivocarme, en absoluto, puedo afirmar que no existiría la Universidad Nacional del Centro si no hubiese sido por el apoyo y la ayuda de Santiago al doctor Osvaldo Zarini. Años más tarde, la Universidad, a cargo del rector doctor Juan Carlos Pugliese, le demostró su agradecimiento, otorgándole el título de “Profesor Honoris Causa”, acto que lo enorgulleció mucho.
Otro hecho que lo llenó de satisfacción fue el homenaje en vida que se le hizo, con relación a la inauguración de la plaza De los Niños, que lleva su nombre.
Junto a estos homenajes está el último, en que la ciudad lo reconoció, a través de la entrega de la primera distinción “Juan Fugl-Día de la Industria”, por su inspiración, actividad y visión comercial.
A su modestia, nunca le gustó que lo homenajearan, pero esto, hecho con tanto cariño, le colmó una parte del final de su vida.
Su mano estuvo siempre tendida, con gran generosidad, hacia todos, sin esperar gratificación alguna.  
Fue elegido para  integrar los directorios, siempre ad honoren, de diferentes empresas de la ciudad, para contar con sus opiniones y experiencias, hecho que hacía con toda pasión.
Por supuesto que los jóvenes de hoy no pueden saber quién fue, a excepción de aquellos que tengan un abuelo que haya trabajado junto a él y quienes, seguramente, tengan cantidad de anécdotas para contar. ¡Qué lindo si se pudieran conocer!
Fue un ser feliz, sabiamente disfrutó lo mejor que le dio la vida, tanto de lo más grande como de lo más pequeño, sin desdeñar nunca nada que se le presentara.
Durante la semana vivía en Capital, pero los fines de semana era infaltable pasarlos en Tandil, en una hermosa casaquinta que embelleció con plantas ornamentales, árboles frutales y cultivaba una huerta, que nos proveía de hortalizas y verduras durante todo el año y donde las cenas siempre fueron asado.
En esos fines de semana, en verano, los dedicaba a pescar en los arroyos aledaños con ese amigo inseparable que fue Américo Radetich, que también lo acompañaba, en invierno, a cazar coloradas, liebres y perdices a campo traviesa. 
Indefectiblemente después de almorzar, su cita era ir al club Independiente, club  de sus amores, del cual fue su presidente durante unos cuantos años, a jugar a los naipes con una mesa que se mantuvo por mucho tiempo conformada por los señores Juan B. Ciao, el “Colorado” Erramuspe, Gullón, Rafael Levy, Alejandro Rodríguez y pido mil disculpas por aquellos que no nombro.
Sus huellas por este mundo están…, son imborrables; su imagen perdurará en la memoria de sus hechos; aceptemos lo irreversible con la serenidad de saber que fue un gigante que ni siquiera la muerte pudo abatir.  
Su espíritu está vivo entre nosotros, en sus obras, en sus dichos, en sus logros, y en el corazón de todos aquellos que lo conocieron y que lo amaban tal como era, con sus defectos y sus aciertos. 
Y como me dijo alguien hace poco, con todo lo que hizo, con todo lo que nos dio, nunca saldaremos la deuda que tenemos con el “Viejo”, nuestra gratitud no alcanza la inmensidad de lo recibido.
¡Gracias “Colorado” por todas las sabias enseñanzas, sólidas obras y cálidas vivencias que nos dejaste!
Tu luz nos sigue iluminando.
Hoy, como hace 98 años… un 12 de junio seguimos recordando sus pasos transitados por esta ciudad, que lo vio partir el domingo 25 de noviembre de 2001…
Tomada de tu cálida mano durante este largo camino de 45 años que  recorrimos juntos, te adelantaste…, pronto llegará el día en que volvamos a encontrarnos, espérame… *

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