Aparece Scioli en un jardín florido y les clava,
con sonrisa canina, un estilete en la ingle: "Hay que ser respetuosos de
todas las ideas, ¿pero otra vez hicieron una Alianza?" Se refiere al
matrimonio Alfonsín-De Narváez. Después, con buena onda, Scioli le pega un
sablazo a Duhalde. Es un parricidio. "Una vez que estamos llegando al
futuro -dice el gobernador- no podemos cambiar por el pasado." Cae una
placa de naranja optimismo y a continuación viene caminando Alfonsín: se jacta
de que desciende de una familia de políticos. Luego De Narváez se vanagloria de
provenir de una dinastía de emprendedores. De repente están los dos juntos en
otro jardín y se miran como falsos enamorados: "Yo creo en vos, Ricardo. Y
yo creo en vos, Francisco". El slogan de Scioli es "yo creo en
vos". El eslogan de sus antagonistas es idéntico. Todos creen en nosotros,
¿no es conmovedor?
Pero de pronto suena una campana y atruena una
música épica. No todos dieron la talla, Duhalde sí la dio. Se habla del coraje
y de lo que hay que tener para ser un presidente en serio. Se sugiere que ni
Scioli por timorato ni Cristina por anatomía lo tienen. Y rubrica:
"Nosotros tenemos con qué".
No termino de procesarlo cuando ya regresa
Alfonsín. Está explicando, como un niño, por qué quiere ser presidente. Y
también que viajó por el mundo y trajo experiencias novedosas. Pero no se trata
de Canadá, Corea o China. Resulta que viajó a Chile, Brasil y a Uruguay en
catamarán, con lo que deja una sensación a política de cabotaje, ¿no? Dan ganas
de invitarlo a comer una fabada en el Centro Asturiano, pagar la cuenta y
acompañarlo en el sentimiento al pobre. Pasa algo parecido con Binner, tan
prolijo y eficiente, peinado a la raya, sonrisa tímida. ¿Usted se atendería con
ese médico? Yo me atendería sin ninguna duda. Pero es anestesiólogo y se le
nota. Parece anestesiado.
No son más vivaces sus ex socios, los veteranos del
Proyecto Sur, que vienen caminando hacia uno de manera ominosa y apocalíptica
como si salieran de un ropero húmedo. En esto hay que admitir algo: la mejor es
Elisa Carrió, que pese a la cara sufrida (como si ya supiera que va a perder) y
la voz queda del locutor (que parece quejarse por la paga) se presenta rodeada
de muchísima gente: si todos esos extras la votan ya tiene garantizada una buena
elección. Hay una apelación emocionante a la ética. "Si vos querés, vamos
a una Argentina mejor", dice luego de condenar la corrupción. Pero no,
Lilita, no quieren. No quieren. Te aseguro que con este nivel de consumo no
detectan ni las faltas de tránsito. Fijate, si no me creés, en el último Indice
de Confianza en el Gobierno que hizo Poliarquía para la Universidad Di Tella:
el 56% de los ciudadanos consideró que casi ningún funcionario o sólo unos
pocos son corruptos. ¿Pero entonces qué pasa con la andanada de escándalos que
se publican todos los días? Parece que los "medios hegemónicos" no
tienen tanta influencia como los conchabados de la guerra cultural le quieren
hacer creer a Cristina para sacarle más publicidad oficial y sueldos estatales.
Y justo aquí viene Cristina, a repetición, en tres
spots inolvidables. La verdadera música de fondo es su falsete evitista; le
habla a la juventud, banderas flameando, orgullo de pertenecer a este país.
Todo es apoteótico. La pucha que vale la pena estar vivo. En el segundo spot,
la señora anda entre trabajadores, diciendo en off "estamos al frente de
toda América latina en materia de salarios". ¿Anotaron, Dilma y Lula? Y
llega enseguida un homenaje a la asignación universal por hijo, "el plan
más importante a nivel mundial". ¿Anotaron en Unicef? Y un detalle:
Cristina sin luto, vestida de blanco, como una novia.
Frente a los otros spots, las propagandas
kirchneristas parecen realmente logradas. También, sin ánimo de elogiar a Durán
Barba y a su criatura política (Dios me libre y guarde) al ver los spots
producidos en la fragua ecuatoriana y compararlos con aquellos pobres ejemplos,
a uno le parece de súbito que Macri es Churchill. Ya sé que no lo es, y que con
marketing se puede construir mucho. Pero no es casualidad que los videos
cristinistas, a pesar de las exageraciones, funcionen y algunos avisos
opositores parezcan salidos de un programa de Capusotto o de una película de
George Romero. Es que, además de las torpezas evidentes, los proyectos
alternativos al Gobierno no prenden. Y no es porque los publicistas hayan hecho
tan mal su trabajo (algunos claramente lo hicieron), ni tampoco que los
candidatos no sean buenos (algunos no lo son). Sino que, a pesar de las
derrotas de Capital y Santa Fe y de los enormes errores políticos de estos
días, el ciclo kirchnerista no ha terminado.
Basta hablar un rato con los encuestadores más
serios para entender que Scioli le lleva 30 puntos a su perseguidor, y que hoy
Cristina podría ganar en primera vuelta. También, que un sector de la sociedad
acuerda con este modelo estatista y que la inflación no produce gran disgusto.
Algo parecido ocurría en 1995, cuando la convertibilidad asordinaba todo. Ya
sabemos que la realidad es dinámica y que esto puede cambiar. Pero aún no
cambió, y en parte se debe a que ninguna figura de alternancia logra hechizar.
Binner puede ser sabio y Alfonsín y Carrió son virtuosos. Pero Cristina es
poderosa. Y ya lo decía en broma el gran Roberto Fontanarrosa: "Para el
sabio no existe la riqueza, para el virtuoso no existe el poder. Y para el
poderoso no existen ni el sabio ni el virtuoso". Es así. Qué le va a
hacer.
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