Si en algún punto la historiografía tradicional hace agua, tanto la universitaria como la de la Academia de la Historia, es en la biografía política del general San Martín. No puede explicar por qué el entonces capitán regresa a Buenos Aires en 1812, y además no termina de inteligir, valorar el cambio de orientación estratégica que supuso el cruce de la Cordillera de los Andes.
Por eso, atribuyen a San Martín grandes dotes técnico militares, y muy pobres o directamente ninguna aptitud política. Esta última afirmación, que contiene la estructura argumental de la historia de Bartolomé Mitre, no sólo no condice con la verdad histórica, sino que nubla la comprensión que vincula ese pasado con este presente.
Se sabe, San Martín en compañía de sus padres –vamos a dejar en este artículo sin considerar si el general era o no hijo de Gregoria Matorras del Ser y del capitán Juan de San Martín– partió hacia España siendo un niño, en 1781. Conviene retener tres cosas: la primera, el virreinato del Río de la Plata era de recientísima creación (1776); la segunda, no existía ninguna idea de patria como noción colectiva (salvo el terruño de nacimiento, en este caso Yapeyú); y tercera, es muy difícil que un niño educado en esos valores sienta, de adulto, la necesidad de regresar a Buenos Aires, para poner su espada al servicio de la independencia su-damericana, cuando el gobierno porteño no había planteado siquiera ese problema. Tan es así, que gobernaba tras la máscara de Fernando VII.
Reformulemos entonces la pregunta: ¿por qué regresa San Martín? Ni el general, ni su padre, ni ninguno de sus hermanos superaron el grado de capitán en el ejército de los Borbones. ¿El motivo? En una monarquía absoluta el cuerpo de oficiales estaba integrado por la nobleza de sangre. Los que no tenían ese origen –ese era el caso de su humildísimo padre, que arranca como soldado raso– tenían un tope: capitán. San Martín alcanzó ese grado y no lo sobrepasó –pese a ser el mejor instructor militar del ejército español– por esa única razón. Sólo el triunfo de la revolución española hubiera podido cambiar las cosas. Como tal cosa no sucedió, ante la inminencia del retorno de Fernando al trono, el capitán liberal abandona su puesto. No ignora que será declarado supernumerario. Es decir, su paga quedará reducida a la mitad, lo que le impediría sobrevivir con un mínimo de decoro, por la desconfianza que el rey tenía de los oficiales de esa orientación política. Con un añadido, San Martín comprende que el regreso de Fernando supone una lucha despiadada para reconquistar las colonias americanas, y que si ese intento fracasara las posibilidades de retomar el camino de la revolución liberal en España quedarían expeditas. Entonces, empujado por una situación personal insostenible, y por una visión política clarísima, acepta embarcarse para forjar el instrumento militar que permitirá en Chacabuco y Maipú garantizar la independencia de su patria, primero, para marchar sobre Lima más tarde. Cuando Lima era el centro del poder español en Suramérica.
UN CAMBIO DE ESTRATEGIA FUNDAMENTAL. Desde que arribó al gobierno por la Primera Junta, hasta la derrota militar de Sipe Sipe, la orientación militar fue invariable: retomar el Alto Perú, conservar la plata potosina. Tras la victoria en San Lorenzo, San Martín es asignado a la jefatura de ese frente con idéntico propósito, en 1814. Muy rápidamente comprende dos cosas: que ese no es el camino a Lima, y que la línea de abastecimiento que permitía sostener 4000 hombres armados en las proximidades del río Desaguadero, arrancaba en Buenos Aires y concluía en el Alto Perú, era demasiado extendida. Bastaba pinzarla en algún punto para que la trabajosa conquista se desmoronara. Entonces, resolvió que allí había que batirse a la defensiva. Esperar el arribo del ejército de los Borbones y mediante una guerra de recursos (guerra de guerrillas) obligarlo a retroceder. Encomendó esa tarea a don Juan Martín de Güemes, quien ya había ensayado ese modalidad con objetivos más reducidos. Claro que hacerlo suponía renunciar, al menos temporalmente, al control de la plata potosina. Plata que financiaba el funcionamiento del virreinato.
Sólo la derrota de Sipe Sipe, en medio del cuadro militar más desolador (las tropas de Fernando habían retomado Chile, solo esta región conservaba la autonomía, al tiempo que Napoleón había sido derrotado en Waterloo) permitió que San Martín lograra la aceptación de su programa. Esto es, jugarse enteros a la baraja de la victoria de un general que en definitiva sólo había vencido en San Lorenzo, episodio militar muy menor, y que proponía una campaña para la que había que construirlo todo. Desde un nuevo cuerpo de oficiales, hasta el equipo para el cruce, sin olvidar por cierto el Congreso de Tucumán y la declaración de la independencia de las Provincias Unidas de Suramérica.
Si se piensa que Juan Martín de Pueyrredón era un exiliado político porteño en San Juan, y que deja de serlo para transformarse primero en diputado de San Martín en el Congreso de Tucumán, y después el congreso lo pone a cargo del ejecutivo, con el apoyo mayoritario, queda claro que la destreza política de San Martín no es precisamente pequeña. No sólo construye las condiciones políticas requeridas para la victoria militar, sino que además forja el instrumento de esa victoria, y la estrategia que permite materializarla. Chacabuco es la primera batalla de semejante calidad política; surge de un cruce calculado con día y hora de arribo, para que las dos columnas principales confluyan. Es decir, programa el punto del enfrentamiento para tener la iniciativa estratégica, y derrota desde esa previsión a fuerzas que obligó previamente a la dispersión por ignorar el punto de confluencia. Nadie en toda América era entonces capaz ni de programar, ni de ejecutar exitosamente semejante plan. Por eso, San Martín es el político revolucionario más importante de toda Suramérica en la primera mitad del siglo XIX.
Se sabe, San Martín en compañía de sus padres –vamos a dejar en este artículo sin considerar si el general era o no hijo de Gregoria Matorras del Ser y del capitán Juan de San Martín– partió hacia España siendo un niño, en 1781. Conviene retener tres cosas: la primera, el virreinato del Río de la Plata era de recientísima creación (1776); la segunda, no existía ninguna idea de patria como noción colectiva (salvo el terruño de nacimiento, en este caso Yapeyú); y tercera, es muy difícil que un niño educado en esos valores sienta, de adulto, la necesidad de regresar a Buenos Aires, para poner su espada al servicio de la independencia su-damericana, cuando el gobierno porteño no había planteado siquiera ese problema. Tan es así, que gobernaba tras la máscara de Fernando VII.
Reformulemos entonces la pregunta: ¿por qué regresa San Martín? Ni el general, ni su padre, ni ninguno de sus hermanos superaron el grado de capitán en el ejército de los Borbones. ¿El motivo? En una monarquía absoluta el cuerpo de oficiales estaba integrado por la nobleza de sangre. Los que no tenían ese origen –ese era el caso de su humildísimo padre, que arranca como soldado raso– tenían un tope: capitán. San Martín alcanzó ese grado y no lo sobrepasó –pese a ser el mejor instructor militar del ejército español– por esa única razón. Sólo el triunfo de la revolución española hubiera podido cambiar las cosas. Como tal cosa no sucedió, ante la inminencia del retorno de Fernando al trono, el capitán liberal abandona su puesto. No ignora que será declarado supernumerario. Es decir, su paga quedará reducida a la mitad, lo que le impediría sobrevivir con un mínimo de decoro, por la desconfianza que el rey tenía de los oficiales de esa orientación política. Con un añadido, San Martín comprende que el regreso de Fernando supone una lucha despiadada para reconquistar las colonias americanas, y que si ese intento fracasara las posibilidades de retomar el camino de la revolución liberal en España quedarían expeditas. Entonces, empujado por una situación personal insostenible, y por una visión política clarísima, acepta embarcarse para forjar el instrumento militar que permitirá en Chacabuco y Maipú garantizar la independencia de su patria, primero, para marchar sobre Lima más tarde. Cuando Lima era el centro del poder español en Suramérica.
UN CAMBIO DE ESTRATEGIA FUNDAMENTAL. Desde que arribó al gobierno por la Primera Junta, hasta la derrota militar de Sipe Sipe, la orientación militar fue invariable: retomar el Alto Perú, conservar la plata potosina. Tras la victoria en San Lorenzo, San Martín es asignado a la jefatura de ese frente con idéntico propósito, en 1814. Muy rápidamente comprende dos cosas: que ese no es el camino a Lima, y que la línea de abastecimiento que permitía sostener 4000 hombres armados en las proximidades del río Desaguadero, arrancaba en Buenos Aires y concluía en el Alto Perú, era demasiado extendida. Bastaba pinzarla en algún punto para que la trabajosa conquista se desmoronara. Entonces, resolvió que allí había que batirse a la defensiva. Esperar el arribo del ejército de los Borbones y mediante una guerra de recursos (guerra de guerrillas) obligarlo a retroceder. Encomendó esa tarea a don Juan Martín de Güemes, quien ya había ensayado ese modalidad con objetivos más reducidos. Claro que hacerlo suponía renunciar, al menos temporalmente, al control de la plata potosina. Plata que financiaba el funcionamiento del virreinato.
Sólo la derrota de Sipe Sipe, en medio del cuadro militar más desolador (las tropas de Fernando habían retomado Chile, solo esta región conservaba la autonomía, al tiempo que Napoleón había sido derrotado en Waterloo) permitió que San Martín lograra la aceptación de su programa. Esto es, jugarse enteros a la baraja de la victoria de un general que en definitiva sólo había vencido en San Lorenzo, episodio militar muy menor, y que proponía una campaña para la que había que construirlo todo. Desde un nuevo cuerpo de oficiales, hasta el equipo para el cruce, sin olvidar por cierto el Congreso de Tucumán y la declaración de la independencia de las Provincias Unidas de Suramérica.
Si se piensa que Juan Martín de Pueyrredón era un exiliado político porteño en San Juan, y que deja de serlo para transformarse primero en diputado de San Martín en el Congreso de Tucumán, y después el congreso lo pone a cargo del ejecutivo, con el apoyo mayoritario, queda claro que la destreza política de San Martín no es precisamente pequeña. No sólo construye las condiciones políticas requeridas para la victoria militar, sino que además forja el instrumento de esa victoria, y la estrategia que permite materializarla. Chacabuco es la primera batalla de semejante calidad política; surge de un cruce calculado con día y hora de arribo, para que las dos columnas principales confluyan. Es decir, programa el punto del enfrentamiento para tener la iniciativa estratégica, y derrota desde esa previsión a fuerzas que obligó previamente a la dispersión por ignorar el punto de confluencia. Nadie en toda América era entonces capaz ni de programar, ni de ejecutar exitosamente semejante plan. Por eso, San Martín es el político revolucionario más importante de toda Suramérica en la primera mitad del siglo XIX.
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