Señor Director:
Cinco años han pasado del día aquel en que hubo un
intento, perfectamente orquestado por Miguel
Lunghi, de expulsar del radicalismo a tres auténticos radicales por haber
incurrido, según se dijo entonces, en “inconducta partidaria”. Que en mi caso no
fue más allá de votar, en uso de mis atribuciones como concejal, a una más que
probada militante partidaria para ocupar la presidencia del Concejo
Deliberante.
Fue entonces que, sin que nadie le pidiera opinión,
Ricardo Alfonsín salió a decir públicamente que se solidarizaba con la
decisión de expulsar a “deshonestos mercenarios de la política”,
aludiéndonos. Nos pidió entonces a Nilda Fernández, María Elena Lamadrid y
quien esto escribe, que “recapacitáramos” sobre nuestra actitud.
Ahora, ¡créase o no!, quiere ser presidente de la Nación
portando como atributo principal la sonrisa y los bigotes de su
célebre antepasado. Y en su afán de llegar al poder de cualquier
manera, no ha vacilado en formalizar un concubinato ideológico con quien milita
en las antípodas de los principios radicales. Por eso se exhibe con pechera y
gorra blanca y roja.
¿No cabe pedirle a él también que recapacite? A mí, por mucho
menos, me condenaron. A él lo aplauden, por su actitud denigrante que sólo
sirve a intereses espurios y provoca indignación. Tanta, como que haya
tenido la desfachatez de pedirnos a los radicales que vayamos casa por casa
pidiendo que lo voten “para abrirle a la gente –como él dice- las puertas al
futuro”.
¡Minga que voy a ir! Que vaya él y quienes lo siguen. Yo no me
presto a pregonar las virtudes de nadie que desempeñe el triste papel de la
mujer que cohabita con un hombre que no es su marido.
Juan
Roque Castelnuovo
L.E. 5.366.012
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