Por Matías Ortega, de la Redacción de El Eco de Tandil
Escribo estas líneas tras leer los comentarios de algunas notas de este Diario, las cuales reflejan la dura realidad de cientos de familias tandilenses. Aunque dejarse llevar por los impulsos no es lo recomendable en el oficio, escribo empujado por la indignación y la incomprensión que me generan ciertos dichos de los comentaristas que, con crueldad injustificada, lanzan sus acusaciones contra el sector más relegado de la sociedad.
¿Acaso sabrán ellos, críticos de todo y constructores de la nada, lo que significa despertarse en una casa tomada con la incertidumbre del desalojo, el embate del hambre y la carencia de los servicios básicos? ¿Conocerán ellos lo que significa tener una infancia sin guardapolvos y un futuro sin incentivos? Seguramente no lo sepan pero, por las dudas, condenan con una verborrea discriminatoria a quienes padecen esas situaciones. No obstante, vaya paradoja, son ellos los abanderados de la concepción de democracia.
Sobre el caso de una madre desesperada en búsqueda de un lugar para vivir, dirá alguien así como así, con la impunidad que otorga el anonimato, “esto de pedir, pedir y pedir, me tienen harta. Los siento por los niños, pero porque no lo pensó antes. ¡A trabajar señora!” dicta desde su cosmovisión del mundo, la que no tolera la existencia de estos casos, frutos de la desigualdad que venimos padeciendo a nivel país.
Asimismo, con respecto a las viviendas tomadas del barrio Smata, los opinólogos lanzaron sus embates de cinismo: “¿Estos que tomaron estas casas no querrán de paso que también les pongan aire acondicionado?” o “¿son de Tandil?, ¿no nos estarán armando una villa 31 bis?”.
Estas cuestiones, las cuales obligarían a un complejo análisis sociológico, desenmascaran los verdaderos prejuicios de los cibernautas. ¿Desde cuándo es requisito ser tandilense para habitar una vivienda digna? ¿Hay alguien que “arma” las villas, como si fuese un antojo arquitectónico? ¿No será que el surgimiento de barrios carenciados es producto de la pobreza estructural, de la consecuencia de gobiernos y sociedades egoístas?
Hace unos días, Víctor Hugo Morales les respondió a los comentaristas digitales por cuestiones similares a las que menciono. Los consideró como dueños de los “peores instintos”, capaces de vomitar “todo el veneno, toda la discriminación” y de generar “la pérdida de calidad de la discusión”. Sucede que ciertos comentarios, verdaderos tomatazos nauseabundos, no son simples frases sin sentido, sino que representan lo más recalcitrante de la ideología de la exclusión, de la negación de la otredad, de considerar al prójimo como un ajeno: “ellos” en vez de “nosotros”.
Porque de eso se trata, nosotros, como sociedad, construimos modelos desiguales y avalamos sistemas injustos. Después pagan los platos rotos los de siempre, los criminalizados, los de pies descalzos y techos de chapa, los que ni siquiera van a leer este artículo, ni lo van a comentar.
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