El escritor Osvaldo Soriano fue otro de los personajes emblemáticos de aquellos días del floreciente Tandil cultural, donde en las mesas de la histórica confitería Rex se reunían con tandilenses ilustres, “nacidos y criados”, como Jorge “Dipi” Di Paola o el actor Víctor Laplace. Y se sumaba el célebre polaco Witold Gombrowicz, con la cercanía de vez en cuando del mismísimo fundador de la Universidad, el doctor Osvaldo Zarini.
Otro literato, Néstor Tirri, autor de “La Piedra Madre”, también andaba en aquellos tiempos memorables, rondando entre la Plaza Independencia y esa mesa con historia de la Rex. Por entonces, al colega del vespertino “Nueva Era” ya se le había pasado el momento de bronca que le devino cuando Gombrowicz llegó a Tandil, se arrimó al diario y preguntó: “¿Hay alguna persona inteligente en este pueblo?”. A las pocas horas le presentaron al escritor prolífico Juan Antonio Salceda y a renglón seguido, el polaco quedó deslumbrado cuando el Dipi, con sus primeros 15 años, le demostró que había leído su obra cumbre, “El Ferdidurke”, a tal punto de que podía comentarla mano a mano con el autor.
Facundo había nacido el 22 de mayo 1937 en La Plata. Transitó una infancia muy dura. Él y sus seis hermanos fueron criados por su madre, ya que su padre abandonó el hogar cuando él todavía no había llegado al mundo, según ha expresado en varias entrevistas. Con alguna promesa de mejor futuro, su madre trasladó a los niños a la muy lejana Tierra del Fuego. Y cuando Facundo contaba con 8 años, llegaron a Tandil. Uno de esos hermanos, con el tiempo sería muy conocido en la ciudad y en el país, al consagrarse campeón argentino de bochas. Fue uno de los mejores de la historia.
La vida adolescente de Facundo Cabral fue particularmente difícil. Rozó unas cuantas veces lo marginal y estuvo por ello recluido en un reformatorio. En un momento pudo escapar y según él, enseguida tuvo la fortuna de encontrar a Dios.
“EL INDIO GASPARINO”
Como diría el Viejo Sábato, el arte lo salvó. Empuñó la guitarra y adoptó el pseudónimo de “El Indio Gasparino”. Tocó en Tandil, que por entonces era “su” ciudad, y en Mar del Plata. Al principio, no le iba del todo bien. Su propuesta era considerada interesante, pero por entonces distaba de ser multitudinaria. Hasta que compuso un tema que resultó para siempre un emblema: “No soy de aquí ni soy de allá”. Esa canción lo llevó de las sombras a la fama internacional. En sus versos solía nombrar a su pueblo adoptivo por entonces, cuando hizo referencia a “las muchachas de Tandil”. Más adelante, cuando emigró y luego su madre murió aquí, se enemistó con Tandil. Nadie supo bien por qué. Mudó “Tandil” por “abril” en ese verso de la canción. Y nunca más. Aun así, los muchos que lo trataron por la época lo recordarán con cariño, con sus virtudes y defectos. Y hasta le perdonan el desaire a estos cerros milenarios…
EL AMIGO DE LA MADRE TERESA
En cuanto a las influencias que recibió en su trayectoria artística, ha dicho que algunas de ellas “tienen tres mil años, Homero, el rapsoda, el contar historias por los pueblos, los Salmos bíblicos. Recuerdo que la Madre Teresa dijo que yo no era un cantor, que era un testigo, que lo que yo hago es un testimonio de lo que puede hacer Dios con tu vida si te dejás llevar por él. Una vez le preguntaron ¿Y como sé yo lo que Dios quiere para mí?, a lo que ella contestó: 'Dios es amor por lo tanto cuando estás haciendo lo que amás, es lo que Dios quiere para tu vida'. Y yo lo que más amaba era cantar, por lo tanto eso es lo que Dios quiere para mí. Un oficio que me lleva por el mundo casi sin darme cuenta, por los cinco continentes y en diferentes situaciones. Lo mío es un testimonio de vida. Uno es un agitador espiritual. Lo que yo hago es agitar. Por eso cuando salgo al escenario lo que intento es contagiarle a la gente el amor por la vida, empujarla a que se anime a vivir, porque si tenés miedo la vida no existe. El miedo es la antítesis del amor. El amor es valentía".
“De pronto -supo decir también- me di cuenta que la única tarea que tiene un ser humano que tuvo la suerte de nacer, es llegar a ser un individuo pleno, porque cuando uno no molesta a la sociedad, ya es uno menos para joder. Yo soy uno menos para molestar, de mí no tenés que cuidarte, no voy a envenenar con la droga a tu hijo, no voy a matar a tu abuelita, no voy a prenderle fuego a tu casa porque esté drogado. Eso es fundamental. Si estás bien con vos mismo, entonces, sin darte cuenta sos útil a la sociedad porque algo de eso se escapa y podés contagiar a otros. Por eso decimos que la Madre Teresa entraba a un mundo de silencio pacífico. Vamos al templo a buscar ese silencio, sin embargo, si nos escucháramos, ese silencio lo podemos tener adentro nuestro las veinticuatro horas del día”.
“LA FELICIDAD NO DEPENDE DE BOCA O RIVER”
“La miseria me enojó, el mundo me calmó. La vida en estos 74 años me enriqueció, soy un tipo más libre, soy un tipo más feliz. La felicidad no depende de que Boca le gane a River. La felicidad es una decisión en sí misma, porque uno decide ser feliz en las circunstancias que fuere".
Después de aquellas miserias y desencuentros de la infancia y primera adolescencia, apareció el arte en Facundo. “Apareció el Martín Fierro, apareció Balzac, apareció Dickens, los Cuentos de las mil y una noches. Entonces me dije: carajo, cuántas cosas hay en el mundo que yo ni las sospechaba. Apareció la poesía, Quevedo, Góngora, Lorca, Whitman. Esos libros me encendieron, me metieron en el arte con una calentura que aún me dura. Y después, gracias al arte caminé y caminé. El arte se metió en mi espíritu y el espíritu pasó delante del intelecto. Conocí así una fórmula para la felicidad: escuchar al corazón antes que intervenga la cabeza, que siempre te mete en conflicto”.
(*) Néstor Dipaola es escritor y periodista de la ciudad.
Fuente: La Voz de Tandil
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