domingo, 1 de junio de 2008

Palpital Comunal: Con mirarse el ombligo no alcanza

Por Guillermo Liggerini

Si algo nos faltaba para sentirnos el ombligo del mundo, bastó que el conflicto del campo se hiciera carne, que la andanada de gestos intolerantes no cesara para colocarnos otra vez en el presumido centro de la escena. Esta vez, no se trata del Tandil soñado propuesto por Miguel Lunghi. No nos enaltecen por contar con la tasa más baja de mortalidad infantil, ni los índices de desocupación. Ni la ciudad más limpia, de parques generosos y leyendas encantadas. Pasamos de ser el jardín de la provincia al paraíso de la evasión, sin escala. Ya no se trata de formar parte del prolifero cancionero de Andrés Calamaro, ni alguna ilusión de René Lavand. Hoy la mirada de los otros posa sobre otras aristas de aquella misma ciudad. Esa que se ufana de su progreso y tapa sus miserias, la que lleva la defensa de sus sierras como estigma y sus autóctonos manjares culinarios con gustoso paladar identitario. Es que no alcanzó con el inefable Luis D´Elía propinándonos una bofetada de realidad (nos tildó de reaccionarios de derecha). Tenía que aparecer estadísticas oficiales para encumbrarnos en la máxima atención del país, que nos informan y le informa al resto del país y el mundo de la exorbitante morosidad en tributos bonaerenses, como así también integrar el podio del trabajo informal en el sector agropecuario. ¿Pase de factura? ¿Casualidad? ¿Venganza? De quién, para qué. Pasamos nuevamente de sentirnos los peores del mundo para retomar la idea de representar ombligo del mundo. Valdría la pena recordar lo que desde estas páginas hace unos tres años se ensayaba, acerca de la rareza que impregnaba la identidad tandilense. Allí se aludía al propio nombre de la ciudad, aquel rasgo mítico de la piedra que latía, la misma que representa el ícono más caro al sentimiento tandilense y que, curiosamente, hace más de 90 años que se derrumbó. Tal vez esto implique la peculiar personalidad. Incluso el privilegiado cordón serrano del sistema tandilia que nos cobija podría incidir en algunos rasgos del carácter, aquel que nos permite observar con absoluta pavura como destruyen el patrimonio natural sin más. Que de pionero tales como Zarini y Fugl, se pase a rendir loas a un empresario devenido en sojero por una donación que merece la bendición concejalicia, debe implicar algún rasgo en nuestra etnia. Endilgarse formar parte del “jardín de la provincia” en alusión al notable desarrollo y prosperidad que se evidencia, pero paradójicamente se maten vecinos presos de la frustración y cuadros depresivos, conllevando así a contar con la tasa de suicidios más alta en comparación con el resto de los pueblos, resulta paradigmático. Que asesinen a vecinos y casi nadie se inmute por saber quién ó quienes fueron. Que la única movilización masiva por un crimen no fue por la víctima sino en contra de quien justamente ahora resulta ser la cara de la prosperidad tandilense y a quien le prenden velas para que el servicio de gas natural les toque, es parte de esa idiosincrasia. Que un desangelado haya irrumpido en el palacio comunal, se sentara en el sillón de Duffau y se pegara un tiro en vivo y en directo para la radio donde se transmite un programa de economía y finanzas de la mano de un empresario empeñado, debe ser patológico, se insiste. Robarse el caballo más famoso y caro de un stud del hipódromo local y encontrarlo en una propiedad del Ejército, sin responsables. Que tampoco los haya para quienes en ese mismo lugar (La Huerta) se sintieron poderosos cuando los años de plomo hacían estragos, y hoy procesados por la justicia por aquellos tiempos se animen a vitorear al intendente subido a la cosechadora o al líder chacarero De Angeli, forma parte de nuestras entrañas. El problema no es D´ Elía (en verdad representa un problema para el propio Gobierno), sino la negación a aceptar que mucho de su calificación nos cabe. El drama no es el escrache sobre increíbles índices que maneja un Gobierno que precisamente no se caracteriza por ventilar estadísticas confiables. El karma deviene en no asumir que una buena parte del gran movimiento económico visible pertenece a un mercado económico informal. Ni mejores ni peores. Somos eso y algo más, según la mirada de los otros.

Fuente: La Voz de Tandil

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