viernes, 29 de abril de 2011

Peronismo y modernidad: A propósito de Vargas Llosa y Savater


 (Agencia Paco Urondo, Por Matías Farías y Soledad Guarnaccia) En un lapso muy corto de tiempo un premio Nobel y un “taquillero” filósofo español han criticado ferozmente al peronismo. Como todo mensaje supone un destinatario, es interesante tratar de pensar a quiénes les hablan Varga Llosa y Savater y sobre qué tipo de ideas buscan cierta complicidad con el público al cual se dirigen –cierto, no por mucho tiempo puesto que en sus dichos hay una clara estrategia marketinera tendiente a despertar una disputa que brinde algún rédito también de taquilla ahora que se abre la Feria del Libro-
En un punto, Varga Llosa y Savater se dirigen a un mismo público: esa franja social que hoy bajo la palabra “populismo” quiere darle prestigio “teórico” a un odio de clase que al fin de cuentas le resulta difícil disimular. Ahora bien: ¿cómo se racionaliza ese odio de clase? Apelando a una mirada de la historia argentina singular, que por vías distintas llega a la misma conclusión: el peronismo ha impedido que la modernidad se realice en la Argentina. En el caso de Varga Llosa, la idea se expresa de manera decadentista: el peronismo es la causa de que un país que estaba en condiciones de ser la “Suecia” Latinoamericana, un país del “Primer Mundo”, no sea más que un país con irremediable destino latinoamericano, lo cual en la visión del premio Nobel, es todo un problema. Savater dice lo mismo pero al revés: según el español, decirse peronista hoy, es actuar contra la modernidad, como reivindicar a los dinosaurios. Pero en uno u otro caso, la “modernidad” es connotada como valor supremo; el peronismo, en cambio, es el movimiento que detiene su impulso. De este modo, en el marco de un contexto de gran crecimiento económico y  distribución del ingreso, estos “intelectuales” buscan la complicidad de su público con uno de los argumentos que más repite el arco opositor: que la Argentina sigue desaprovechando las chances para ser un país moderno. El argumento es tan viejo como el gorilismo, pero aparentemente es una vía privilegiada para atacar al gobierno nacional y popular de Cristina –toda esa historia en torno a la otra vía de ataque, la libertad de prensa, es tan disparatada que no puede ser sostenida ni por los empleados de la oposición, es decir, la “prensa libre”.
¿Qué decir de estas intervenciones? Por un lado, dejan ver que la oposición no tiene hoy argumentos novedosos contra el peronismo. A su vez, estos argumentos necesitan ser avalados por la palabra de un “otro” extranjero, con cierto prestigio cultural, para que la palabra opositora resulte autorizada: en un típico caso de colonialismo cultural, no les alcanza con lo que dicen los “intelectuales” locales opositores. También, que Vargas Llosa y Savater  han perdido ciertos reflejos mínimos que pueden reclamarse a un intelectual: que digan algo novedoso, no algo que convalide lo que su público está dispuesto de antemano a escuchar. Vargas Llosa sabe que al decir que Buenos Aires es como París está halagando a su público y no emitiendo un juicio con algún valor de verdad. Cuando Savater equipara a Franco y a Perón sobre la única base de ¡lo que él pensaba cuando era más joven!, funda en un prejuicio personal una aseveración que pretende tener validez histórica y encima es expresada en una escuela pública. La pregunta, así, cae de maduro: ¿qué clase de intelectual es aquel que no puede ni por un instante problematizar sus propias creencias?
Sin embargo, si la “modernidad” es la divisa de la oposición, y ella está fundada en una serie de prejuicios tenidos como válidos de antemano, más interesante es desmontar esta falsa dicotomía (peronismo o modernidad) para habilitar un interrogante: ¿cómo profundizar un modelo en el que la modernidad no es el rostro feroz de la “globalización”, sino una tarea a realizar colectivamente de la mano de la justicia social? Este es justamente el desafío que nos propone Cristina en sus discursos y actos de gobierno.

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