sábado, 20 de diciembre de 2008

Que el éxito no se note (en La Fuente de la Alegría)

Transcribimos una excelente reflexión sobre los "nuevos ricos" que el pueblo, la economía y los helados vientos de la patagonia norte han regalado a la esta maravillosa ciudad. Tandil crece económicamente pero es una ley de la naturaleza: el "don" no se compra ni se alquila, se adquiere a lo largo de muchos años y casi diríamos de generaciones. Para adentrarse en los hechos que dan motivo a los chamuyos socráticos de autor visitar la Tandilura

(Por Melquíades Kafka) La ciudad no suele perdonar el éxito, salvo el de sus luminarias: Camoranessi, René Lavand o Juan Martín Del Potro. Porque es un éxito que trasciende su propia frontera provinciana. Es un éxito que prestigia. Sin embargo hay un éxito condenado: el del vecino que sin haber salido del pueblo pasó de canillita a campeón en un salto brusco, ostentoso y arrogante.

Esta reflexión parte de lo que alguna vez, quizá dentro de un tiempo, sea una anécdota. La debacle de Fuente de Alegría en la fiesta del egreso de los estudiantes de la Escuela de Comercio.

Más allá de los aspectos puramente técnicos o logísticos que jugaron en contra del éxito del evento, hay un fantasma que subyace como telón de fondo de lo ocurrido. Y se llama Claudia Moreno.

“Se olvidó que era la hija del colectivero”, le dijo al Portal un vecino que, inferimos, conoce su historia. Como el articulista ignora el árbol genealógico de la fundadora de Fuente de Alegría, no sabemos si el dato fue entregado en forma metafórica o literal. Como fuere, la imagen alude a un pasado laborioso, de familia de laburantes, sin roce ni linaje ni más mundo que no fuera la geografía de su propia barriada.

Otro vecino, que ha dedicado su vida a la animación social y otros eventos masivos confió al Portal: “La competencia siempre es bienvenida porque motiva, pero lo que molestó de Claudia fue su postura. Se presentó ante sus colegas como diciéndonos: ‘Ahora van a saber cómo se hace una fiesta, giles’. Lo que le pasó tuvo que ver con la inexperiencia y la sobreestimación. Si lo toma como una lección de humildad es factible que revierta el desastre”.

Algunos pensadores sostienen que en la era de la imagen uno es su estilo. Que no importa tanto el contenido sino la forma. De la hija del colectivero al Mini Cooper hay no sólo un cambio de estilo, sino una falta de delicadeza. Una ostentación grotesca. Ese detalle es fatal para el tejido íntimo de la tandilidad. No lo tolera. La vieja oligarquía seudo aristocrática del pago chico hacía del perfil bajo un credo de fe. Para todo. Para la plata y para el pecado. El lema era: “Haga lo que desee, hijo, pero que no se note”. Esa era la marca registrada de las familias adineradas del pueblo. No mostrar, no ostentar, no ser grosero. No quebrar los códigos del pudor social.

Los nuevos ricos –también llamados, con todo respeto, Brutos con Plata- cultivan la estética opuesta. Y eso irrita. Porque la transformación es grosera, muchas veces bizarra y casi siempre patética. La ostentación exacerba la envidia (en generosas dosis) y la maledicencia en las mentes menores.

Pero esencialmente hay una mayoría silenciosa que no envidia ni difama, que no muere por el dinero ni por el Mini Cooper o la estancia, sino que sencillamente no tolera el éxito en la modalidad banal. El éxito que se relame a sí mismo y se expone ante los otros en el decadente ejercicio de contar plata delante de los pobres. Eso es ausencia de estilo, de clase, de mundo.

Es probable que los dictados del cosmos y las leyes del azar –en este caso de la mala suerte- se hayan confabulado para regalarle a Claudia Moreno la peor noche de su vida. La resaca todavía persiste en la modalidad de una solicitada que publicó en El Eco donde expuso una disculpa indolora, porque nada duele más que el propio bolsillo y lo único válido que le quedaba por hacer y no hizo: devolver el dinero a los padres de los egresados.

También puede hacer otra cosa: bajarse del Mini Cooper y subirse por un rato al colectivo. Volver a ser, si cabe la metáfora, la hija del colectivero. Entonces recién allí, desde el duro llano, va a comprender por qué los chicos la han tratado tan mal a la hora del final de fiesta.

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