viernes, 14 de septiembre de 2012

PASO, PASO, PASO, PASÓ EL CACEROLAZO

Un lúcido análisis de la movida de la clase media (mayoritariamente parásita) urbana en Capital y centros urbanos del interior. Transcribo el post del blog  nestornautas:



Por Raúl Degrossi

Los cacerolazos de anoche en distintos puntos del país dispararon (como era previsible) todo tipo de análisis, pero poco debate: las posiciones al respecto están tan congeladas como la guerra de trincheras que parece el panorama político nacional, y que ya quedara evidenciada en las elecciones del año pasado: compartimentos estancos sin comunicación posible entre sí.

Los medios hegemónicos (que fogonearon discretamente la protesta, y la amplificaron anoche con mucho menos discreción) intentarán darle significación, volumen y trascendencia política; y la dirigencia opositora (que, salvo expresiones marginales como Bullrich o Amadeo, no se prendió a la movida) intentará sacar provecho de un fenómeno que todavía no alcanza a entender muy bien en su significado y derivaciones.

Y tal como lo planteaba el Escriba en este altamente recomendable post, es absolutamente inconducente detenerse en toda discusión sobre la magnitud real de la protesta, o -más absurdo aun- sobre su espontaneidad o grado de organización: los propios caceroleros deberán aprender que, si quieren vehiculizar sus demandas, necesariamente tendrán que pasar a formas cada vez más sofisticadas de organización.

Fue una protesta de cierta porción de las clases medias urbanas de distintas ciudades del país (no todas), mayoritariamente protagonizada por quienes no votaron a Cristina: permítaseme dudar de la existencia (real o significativa) de "arrepentidos" del voto oficialista, al menos si nos atenemos a las consignas explícitas, y los ejes convocantes.

Ejes que por cierto combinan apelaciones difusas a valores abstractos, con hechos más concretos y tangibles: las libertades, la vigencia de la Constitución, el rechazo del autoritarismo (valores que pueden enancarse en hechos concretos o -sobre todo- en su percepción por determinados sectores sociales) fueron de la mano con las regulaciones estatales en la economía, en especial las restricciones para la compra de dólares y todos los movimientos personales o económicos asociados.

Distingo que es importante tener en cuenta, porque las primeras pueden ser las que operen como discurso público de los caceroleros, y hasta galvanicen en un punto la adhesión a la protesta (con una mística propia de la clase media, activada por los nuevas canales de expresión, como las redes sociales); pero las segundas son las que terminan incidiendo en la decisión de poner o no el cuerpo al reclamo en el espacio público, en la perduración de la propuesta a futuro y -sobre todo- en su posibilidad concreta de ampliar la base social del reclamo, sumando a otros sectores.

En ese sentido el conflicto agrario del 2008 provee un ejemplo cercano (aun cuando hoy parezca del siglo pasado) para entendernos: con el transcurso del tiempo los factores de índole cultural que determinaron la adhesión social al reclamo de la Mesa de Enlace fueron dando paso a la visibilización más clara de los reales intereses en pugna; y cuando esos intereses fueron medidos por muchos sectores sociales que en un principio adhirieron a la protesta, esta fue perdiendo peso específico hasta disolverse en términos de repercusión ciudadana.      

Tampoco puede esperarse que este tipo de protestas desaparezcan con el tiempo (aunque ciertamente pueden minimizarse en términos cuantitativos), porque tienen que ver también con una impronta cultural de ciertos sectores de la clase media, que son afectos a embellecer reclamos prosaicos (como poder comprar libremente dólares, así como antes que les devolvieran sus ahorros) con cierto redentorismo moral republicano; y a conciliar el individualismo propio de esa misma formación cultural, con cierta épica que pasa por compartir experiencias con otros, sin los vínculos organizativos permanentes que generan las formas tradicionales de participación en la vida pública, como los partidos políticos o el sindicalismo, por citar las más conocidas.

Se trata de la protesta de sectores que están convencidos (y han sido siempre inducidos a estarlo, hoy no es la excepción) de que su gravitación política es mayor a su propio peso electoral (de allí que resulten inmunes a los argumentos que derivan de la simple aritmética del voto), y que además ha sido decisiva en determinadas coyunturas históricas, como los golpes de Estado o la caída de De La Rúa; cuando ciertamente no aportaron ninguno de los 39 muertos por la represión, lo que es un dato revelador de por donde pasó verdaderamente la cosa.

Claro que se trata de una visión ingenua y desconocedora de los factores de poder real, crudo y duro, que son los que verdaderamente inclinaron la balanza hacia una u otra salida en cada oportunidad en que se produjeron crisis políticas sistémicas en el país; pero es una visión que no puede soslayarse, porque sustenta la protesta en el punto que le asigna la virtualidad de inducir al gobierno a cambiar el rumbo (en la versión amable), o de provocar una conmoción política que sacuda el tablero y se lleve puesta a la presidenta (en la versión más dura).  

Los caceroleros expresan una forma de protesta que insiste en reivindicarse como apolítica (en rigor serían apartidarios), pero expresan más bien otra forma de politización, que reúne todas las condiciones para terminar siendo impotente en términos electorales, lo que genera un círculo vicioso que no es fácil de romper:  corporizan con su discurso y sus reclamos una ausencia notoria de representación, que determina que los cacerolazos sean también un mensaje a la oposición al gobierno nacional, aunque reconozcamos que difícil de decodificar.

Y no sólo por las torpezas y limitaciones de esa propia oposición, sino porque lo que los cacerolos conceptúan como inutilidad opositora, en no pocos casos deriva del peso específico real que los sectores que expresan a esa oposición tienen en las instancias institucionales (como el Congreso), como consecuencia de los resultados de la última elección; donde quedaron a distancia sideral de Cristina, y fragmentados en seis propuestas electorales distintas, que se fueron fraccionando aun más desde diciembre.  

El reclamo cacerolero expresa así un desconocimiento de las propias reglas constitucionales que se dicen defender en cuanto refieren a la arquitectura del poder (porque deberían saber que una Constitución también es eso: la organización jurídica del poder del Estado), y sigue pendiente para los que lo expresan la asunción  explícita y sin complejos de una ideología y un propósito político definidos; requisitos indispensables para interpelar al sistema político con ciertas chances de éxito.

Y allí existe a su vez una difícil convergencia con las expresiones opositoras existentes, porque éstas no pueden asumir explícitamente las demandas concretas centrales de los protestones (por ejemplo poder comprar dólares libremente, aunque evadan impuestos, y sin tener que dar explicaciones al fisco sobre sus ingresos) de modo de granjearse su adhesión; y los caceroleros tampoco parecen dispuestos a dar el salto cualitativo de transformar esas demandas reales (no las más abstractas  y contenido ambiguo, con las que nadie puede disentir, como respetar la Constitución), en la plataforma constitutiva de una nueva fuerza política formal que las exprese, como también apunta el Escriba.  

El foco de los medios hegemónicos estará puesto desde hoy en cambio, en la respuesta del gobierno a los reclamos, sin advertir que el kirchnerismo ya la dio, como la viene dando desde el 2003: bajo presión, su reflejo inmediato es redoblar la apuesta; y lo ha hecho ante desafíos ciertamente más contundentes, como las presiones del FMI en la renegociación de la deuda, las del Grupo Clarín con su vendaval de tapas en contra a partir de la ley de medios, el alzamiento rural o -más cercano en el tiempo- el conflicto con Moyano.

Así como respondió a la embestida camionera con el lanzamiento del plan de viviendas PROCREAR,  el cacerolazo de anoche fue precedido por el aumento de la AUH y el rediseño del sistema de asignaciones familiares; decisiones todas en las que hay un hilo conductor: están dirigidas a satisfacer los intereses de su propia base electoral (al contrario de lo que sugería la prensa dominante al inicio del segundo mandato de Cristina), y preservar el consumo y el empleo como variables centrales de la economía.

Y si algunos quieren entender la etapa de la "sintonía fina" como un conjunto de medidas que hacen blanco en la clase media (de hecho muchos sectores de ésta lo ven así, como se señaló acá), lo cierto es que de ese modo Cristina no sólo está honrando su mandato electoral, sino corrigiendo lo que muchos desde el propio kirchnerismo señalábamos como un defecto del proceso: poner demasiadas energías y recursos del Estado en mimar -por decirlo de algún modo- a la clase media, en desmedro de los propios sectores populares que eran y son su principal fortaleza electoral.

Y no me vengan con el infantil argumento de que "el gobierno tiene que gobernar para todos", porque para todos, y conformando a todos, no se puede gobernar, ni existe tal cosa en el mundo real.

Para los que -desde un izquierdismo teórico- digan "bueno, pero si el gobierno quiere profundizar el rumbo, que vaya sobre los intereses de los poderosos", no sólo les diría que le preguntan que opinan al respecto Paolo Rocca o Magnetto, sino que se pregunten que pasaría si el gobierno rumbeara por allí (de hecho algunas medidas de restricción cambiaria y controles de divisas lo están haciendo), y cual sería entonces la reacción de esta misma clase media que cacerolea porque no quiere que la Argentina se convierta en Cuba o Venezuela.

Los reclamos concretos de los que protestaron ayer (como las restricciones al dólar) sólo podrán ser atendidos por el gobierno en la medida en que no afecten el equilibrio del conjunto, lo cual es perfectamente lógico con la visión sistémica de la economía, el resultado de las elecciones y el impacto social de las medidas; y en todo caso lo que podrá discutirse son instrumentos puntuales de ejecución, no el sentido o el rumbo general de esas medidas.  

Los reclamos inasibles de los caceroleros ("basta de autoritarismo", "queremos libertad ", "respeto a la Constitución") no se pueden traducir en una respuesta concreta del gobierno: sería como pretender que Cristina salga en cadena nacional a reconocer abiertamente que encabeza una dictadura, y prometa que de ahí en más, va a respetar las libertades y la Constitución.

Y aun en ese caso, la mayoría de los caceroleros no la verían porque odian la cadena nacional, y los demás no le creerían, porque dicen que dijo que se puede comer con 6 pesos.

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