miércoles, 25 de julio de 2007

Escritos de vacaciones de invierno 2007

CRONICA MARPLATINA (en el paradigmático balneario de la otrora Patria de la Felicidad)

Hora 10.00 de la mañana. Día soleado y fresco. La peatonal San Martín pareciera que se despierta de una larga siesta otoñal. Como en sus mejores épocas, se ven los rostros de padres y niños que con la alegría a flor de piel se solazan entre los canteros y mesas del ancho y espectacular paseo marplatense. Un detalle: no son los mismos rostros que en la década pasada; son morochos, curtidos por el sol algunos y otros por el trabajo en los hornos fabriles de las grandes urbes. Si, volvieron, son los hijos y nietos de aquellos que hicieron grande a la ciudad, con sus enormes hoteles sindicales (para envidia y rencor de intereses económicos mezquinos) que colmaron de felicidad a las grandes masas de proletarios fabriles en los años de la Patria de la Felicidad. Hoy están de vuelta, en otra ciudad y en otro país.

Hora 12.00. Es mediodía nos vamos hacia el puerto. Venir a Mardel y no comer pescado es un sacrilegio. El 511 nos lleva raudamente hacia la banquina. Hay un ambiente familiar del chofer y sus pasajeros (la vida sigue a pesar de los visitantes): el costo de vida, el conflicto con las pesqueras, la merluza escasa, la verdura, etc. etc. Nosotros, mudos testigos, de una charla que nos toca pero que es entre otros. Somos turistas y observadores de la realidad de la ciudad feliz.

Hora 13.00. Almorzamos en Chichilo. Los precios, igual que en el verano. La calidad igual que cuando iba con mi tío Esteban a la banquina y Don Chichilo nos regalaba unos inmensos langostinos al limón para “los chicos”. Calidad y precio. Sabor a mar y olores de las pesquerías elaborando la poca merluza que recogieron las lanchas de la rada.

Hora 14.30 Caminamos por la zona, nos paramos a charlar con el piquete (“educado”, no cortaron la calle) que nos gritan desde su corazón la falta de materia prima para filetear. Están desocupados. Son “siervos de la gleba” o de los patrones que los contratan si hay pescado y sino ¡jodete!, hoy y mañana y pasado no comes. ¿Dónde están los sindicatos? bien gracias nos dicen (los epítetos son irreproducibles), y nos explican con la claridad: en el 2004 se procesaban cerca de 240 mil toneladas, este año entraron al puerto solo hasta julio alrededor de 80 mil; antes llevábamos a casa 2 mil o 2.5 mil pesos de salario hoy apenas llegan con suerte a 500 o 600 pesos mensuales.

Seguimos caminando y rumiando bronca. Basta de trabajo a destajo. O se olvidaron los funcionarios y dirigentes sindicales que la economía está al servicio del hombre y no el hombre al servicio de la economía.

Hora 16.00. Volvemos al centro en el 511. El transporte público con tarjeta magnética y recargable. ¿En el Tandil soñado alguna vez entraremos en el prodigioso mundo de la tecnología? ¿O seguiremos con estos cachivaches de hoy en día? De regreso al centro, la charla gira en torno del reclamo de los estudiantes secundarios por el valor del boleto estudiantil que está en curso en el Honorable Concejo Deliberante Marplatense. Paramos la oreja y escuchamos atentamente: los chicos piden que se baje el boleto de 40 centavos a 10 centavos. (Me suena conocido este planteo, ¿alguna vez no lo hicieron en Tandil?). En la propuesta que un concejal (¿hubo alguno en Tandil que la tomara?) hizo suya plantea que “a los estudiantes se les hace difícil poder costearse el boleto, además de los costos que conlleva estudiar” y agrega “no sólo en Mar del Plata sino todo el país está atravesando una suba de precios”. Por supuesto que generó el inmediato rechazo del titular de la comisión de Transporte el Sr. Eduardo Salas quien alega que “acceder a ese pedido desembocaría en una inmediata solicitud de reajuste de tarifa por parte de los empresarios, lo cual haría que lo que no paguen los estudiantes lo tengan que abonar quienes habitualmente utilizan el transporte público de pasajeros” (¿qué tal?). Y este señor se dice representante del Partido Justicialista o de los empresarios? No se sabe. Lo que si sabemos (porque ya lo pasamos acá en el Tandil soñado) es que la patota sindical (de tan buenos recuerdos para concejales y autoridades comunales) funciona y funciona bien en Tandil como en Mar del Plata. Y lo grave es que en vez de defender a los trabajadores defiende a los empresarios.

Hora 16.10. Llevamos ya 15 minutos de viaje y la charla sigue: y para rematar este Salas sostuvo que “lo que no me parecía mal es que las directoras de las escuelas nos envíen un listado con los nombres de los alumnos que verdaderamente no están en condiciones de pagar el boleto. En esos casos estudiaríamos la forma de subsidiarlos”. O sea, mi amigo tandilense, acá como en Tandil – decía un pasajero- debemos demostrar el “certificado de pobreza” para que graciosamente el soberano nos de algunas migajas de la torta pública que todos aportamos al Estado. En que siglo estamos ¿XIX o XXI? Llegamos a destino. Nos bajamos frente al Hotel Provincial y nos encaminamos hacia nuestro aposento.

Hora 19.30. Recorremos las callecitas marplatenses de la zona más turística de la city. De paso miramos las verdulerías (históricamente las más caras y de mejor calidad) que abastecen los cientos de departamentos aledaños a las playas Bristol, Grande, etc. La sorpresa es mayúscula: los precios son enormemente más bajos que cualquier verdulería de Tandil. Comparemos: tomates peritas $2 por dos kilos, berenjenas $1.50, brócoli $2 el paquete de aproximadamente 500 gramos, mandarinas $1.50 por 2 kilos, zapallito redondo $ 1.50, etc. y todo mercadería de primera, nada de segunda.

Hora 20.00. La peatonal está a full. Turistas y nativos van y vienen; algunos sin apuro otros como si estuvieran llegando antes que se les hierva el agua para el mate. Los negocios (hay conciencia de ahorrar energía) de ropa trabajan a pleno. Los precios son de locura para el tandilense medio: todo a mitad de precio (misma calidad, especie y hasta marca) que en nuestros prósperos comerciantes céntricos. ¿Será esa la razón de porque hay tantas vendedoras ambulantes en el pueblo? ¿O será la causa de tantas protestas por la famosa feria de Balbín o del Hipódromo?

Hora 20.45. Paramos a tomar un café en el barcito “Dino” de la galería Sacoa. Un lugar de viejos marplatenses y turistas habitúes del acogedor cafetería. Es caro en comparación de los otros cafés de la peatonal, y baratísimo si nos atenemos a los precios de las cafeterías locales (salvo La Vieja Cantera).

Hora 21.30. Vamos a cenar. La hora es la apropiada. Aunque en Mar del Plata, con el turismo porteño se come a partir de las 20 hs. Son hábitos de la gran urbe. Nosotros nos damos el lujo de cenar más tarde. Todo está cerca: el trabajo, la escuela, la oficina, etc. Para los porteños o conourbanenses todo queda lejos. Se viaje una hora o más para ir a trabajar. Hay que comer temprano y acostarse antes de las 11hs.

Llegamos al Hotel Antártida. Un hermoso edificio administrado por la Armada Argentina, y con un restorán que sirve la mejor paella de la costa (y junto a Viento en popa- en el puerto sobre Martinez de Hoz- son alguno de los lugares preferidos por locales y visitantes para degustar los productos del mar). Incomparable en precio y calidad con cualquier “comedero” local. Convengamos que hay pocos lugares donde se coma bien en Tandil; bueno y barato ninguno.

Hora 23.00. Partimos hacia el Centro Cultural Cortazar (en Mitre al 2400) con la esperanza de encontrarnos con Juan Vallarino, que vuelve de su viaje a dedo por medio planeta(los lectores del suplemento cultural de la Voz de Tandil han leído sus relatos de viajero), pero no tuvimos suerte, nos falló la cita. No estaba. Otra vez será; ya lo traeremos a Tandil para que nos cuente sus vivencias por el ancho mundo.

Hora: pasada la medianoche. Terminamos el día con una reflexión: un país, dos ciudades; un planeta, dos mundos. El Tandil Soñado, con precios del primer mundo en un país del tercero; Mar del Plata, viejo lobo del turismo, auscultando el bolsillo de sus “clientes” ajusta su presupuesto a las generales de la ley.

Cuando despierte, mañana, no quisiera encontrarme en medio de la crónica marciana, de una ciudad, abandonada por el interés de nuestros compatriotas (que hablan del alto costo de vida que tiene la aldea), y nosotros, esperando que pase la carroza del progreso o la fantasía de vivir en otro país.

Escribe Mario Enrique Abait

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